Para Shahira Hadiya, una tejedora de 80 años, la seda no es solo un oficio: es un símbolo de identidad y memoria colectiva, transmitido de generación en generación. “Cada hebra es una historia”, dice, mientras repasa con nostalgia los días en que el zumbido de los telares llenaba su aldea.
Hama, 10 jul (SANA) En la aldea siria de Deir Mama, ubicada al oeste de la gobernación de Hama, la sericultura —el arte de criar gusanos de seda y tejer sus hilos— ha sido durante siglos una tradición profundamente arraigada. Hoy, sin embargo, este legado corre el riesgo de desaparecer.
Para Shahira Hadiya, una tejedora de 80 años, la seda no es solo un oficio: es un símbolo de identidad y memoria colectiva, transmitido de generación en generación. “Cada hebra es una historia”, dice, mientras repasa con nostalgia los días en que el zumbido de los telares llenaba su aldea.
Durante su apogeo en la década de 1990, Deir Mama producía hasta 11 toneladas de capullos de seda al año. No obstante, desde el estallido del conflicto en 2011, la producción ha caído drásticamente. El colapso económico, la pérdida de recursos clave y la falta de apoyo institucional han dejado a la tradición en estado crítico.
Un arte meticuloso
Según Muhammad Abbas, director del Grupo de Recuperación del Patrimonio de Deir Mama, la reputación de esta seda natural se basa en métodos tradicionales rigurosamente conservados y la dedicación de sus artesanos. El proceso incluye varias etapas:
1. Incubación: Se adquieren semillas de gusanos de seda (antes importadas de Japón, Francia e Italia, ahora escasas por la guerra) y se incuban en ambientes cálidos.
2. Alimentación: Las larvas, llamadas naqshah, se alimentan con hojas de morera finamente picadas hasta alcanzar la madurez.
3. Formación del capullo: Se colocan ramas de ajenjo para que los gusanos tejan sus capullos.
4. Disolución y hilado: Los capullos se hierven y se hilan manualmente con ruedas tradicionales.
De estos hilos se crean chales, prendas de vestir y otros productos cuyos precios oscilan entre 500 mil y 1.5 millones de liras sirias (aproximadamente 50 a 150 dólares), dependiendo del trabajo y peso. También se aprovechan los capullos para fabricar jabón y esponjas de baño. La crisis económica ha obligado a reducir el tamaño de las piezas, ajustándolas al poder adquisitivo actual.
Más que economía: un ritual comunitario
La sericultura no solo ha sido un medio de vida, sino también un eje de la vida social en Deir Mama. La recolección y transformación de la seda reunía a familias enteras y vecinos en veladas nocturnas a la luz de lámparas, reforzando la cohesión comunitaria. Hoy, estas reuniones son apenas un recuerdo.
La tradición se remonta, según una leyenda, al año 555 d.C., cuando una princesa china enamorada de un príncipe indio habría introducido huevos de gusano de seda de contrabando a través de su cabello, rompiendo el secreto celosamente guardado por China durante milenios. Así comenzó la expansión de la seda hacia la cuenca mediterránea, llegando a Siria en el siglo VI.
Preservar el pasado
Mohamed Saud, conocido como el “Sheikh Kar” de la seda siria, ha fundado el único Museo de la Seda Natural en el país. El espacio muestra todo el proceso de producción, desde la cría de gusanos hasta la elaboración final de las telas. Saud, de 70 años, ha solicitado apoyo oficial para promover el museo como atractivo turístico y educativo.
Basándose en registros históricos y en la antigüedad de los árboles de morera, Saud sostiene que la sericultura llegó a Deir Mama hacia 1830, cuando las condiciones climáticas y geográficas hicieron de la aldea un lugar ideal para esta industria.
Un legado en crisis
La tradición comenzó a decaer durante el régimen anterior, cuando la falta de inversión y el conflicto interrumpieron la importación de semillas de alta calidad. Durante cinco años, los productores tuvieron que usar semillas locales de Wadi Qandil (Latakia), que ofrecían una producción tres veces menor y de inferior calidad.
A esto se sumó la reducción drástica de árboles de morera, el aumento de los costos de producción, la ausencia de canales de comercialización y la escasa rentabilidad económica. Muchas familias abandonaron la actividad, y hoy apenas unas pocas la mantienen viva.
A pesar de las dificultades, los habitantes de Deir Mama conservan un fuerte vínculo emocional y cultural con la seda. Hacen un llamado urgente al nuevo gobierno sirio y a organizaciones internacionales para que protejan y revitalicen esta herencia. Con el apoyo necesario, dicen, aún es posible rescatar esta tradición centenaria.
Por Watfeh Salloum