Damasco, 10 may (SANA) Con su fragancia embriagadora y su forma deslumbrante, la Rosa de Damasco (Al-Wardah Al-Shamieh) fue considerada el símbolo de la belleza y amor, y fue inscrita en 2019 por La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) dentro de la lista representativa del patrimonio inmaterial de la humanidad.
El aroma de Damasco en Idlib
Abu Ahmed, un refugiado de Damasco, disfruta cada primavera de un café matutino en la localidad de Killi, al norte de la provincia de Idlib. Mientras lo saborea, contempla una deslumbrante panorama: campos de vibrantes colores y fragantes aromas que le recuerdan a su hogar. Son campos de la Rosa de Damasco.
Esta flor milenaria, conocida por su fragancia y sus virtudes terapéuticas “la Rosa de Damasco” se marchitaba en la capital siria que le da su nombre, así como en los campos circundantes, a raíz del desplazamiento forzado de personas en la ciudad de Daraya, producto de los crímenes y bombardeos del derrocado régimen de Bashar Al-Assad.
El damasceno se llevó consigo un tesoro intangible: el aroma de Damasco. Lo plantó, literalmente, en un terreno alquilado. Los rosales florecieron, creando un pequeño paraíso, un oasis de nostalgia que lo transporta a su infancia.
Éxito en Killi
Hace seis años, este terreno estaba vacío. Abu Ahmed fue el primero en sembrar la Rosa de Damasco no como ornamento, sino como un acto de resistencia cultural. Su iniciativa prosperó, reviviendo la flor en Idlib y convirtiéndola en un cultivo esencial para la región.
Killi, una pequeña localidad a 23 kilómetros al norte del centro de la gobernación de Idlib, en la carretera hacia Bab al-Hawa (frontera con Türkiye), es ahora reconocida por el cultivo de esta emblemática flor siria.
Sin embargo, el camino no está exento de obstáculos. Duras condiciones laborales, falta de apoyo a la industria y dificultades para la exportación son algunos de los retos que enfrentan los agricultores. En el noroeste de Siria, mujeres y niños trabajan en el campo por salarios ínfimos, luchando por la supervivencia familiar. El desarrollo de la industria del aceite y agua de rosas se ve limitado por la falta de equipos y laboratorios.
Un símbolo de resistencia
Abu Ahmed, de unos cuarenta años, aportó el conocimiento ancestral de sus antepasados sobre el cultivo de la rosa, buscando una nueva vida a través de la inversión. Llegó a Idlib junto a miles de desplazados de Daraya y otras zonas rurales de Damasco a finales de 2016, tras el acuerdo de evacuación de opositores al régimen.
La Rosa de Damasco, también conocida como Rosa damascena o Rosa del Sultán, es un símbolo de belleza y amor gracias a su embriagadora fragancia y delicada forma. En 2019, la UNESCO la reconoció como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por sus virtudes terapéuticas, relajantes y desinfectantes.
Antes de la llegada de Abu Ahmed, la Rosa de Damasco era una desconocida en Killi. Él la introdujo, la cultivó y la propagó. Con el tiempo, se convirtió en una fuente de sustento para decenas de familias, un trabajo que combina la necesidad económica con el placer de cultivar la belleza.
No existen estadísticas oficiales sobre el cultivo de rosas de Damasco en Idlib. Sin embargo, los agricultores de Killi, ubicada en las llanuras de Al Roj y Darkoush, estiman que la superficie cultivada alcanza las 300 dunams.
Un recuerdo imborrable
“Dejé atrás un exuberante campo de vides y rosas de Damasco, con sus encantadores colores, y muchos árboles frutales: manzanos, higueras, albaricoqueros… Racimos de uvas colgaban de las vides, mientras las rosas damascenas florecían bajo las pérgolas. Esa imagen permanece grabada en mi corazón”, recuerda Abu Ahmed con nostalgia.
Agregó que estos campos ya no existen, debido a los violentos bombardeos contra Daraya por parte del régimen. “Nos vimos obligados a huir, dejando atrás nuestras tierras, nuestros hogares, nuestras rosas y años de trabajo”.
La Rosa damascena tiene un simbolismo especial para el pueblo de Darayya, un simbolismo que los sirios nunca olvidarán. En los primeros días de las manifestaciones de 2011, llevamos rosas y agua de rosas como expresión de paz y vida, entregándoselas al ejército de su paíd como muestra de buena voluntad durante las protestas contra el régimen anterior.
La expansión de la Rosa de Damasco en Idlib
Incluso hoy, dondequiera que voy, planto rosas, las cuales han llegado a cubrir grandes áreas en el campo de Idlib, agregó el agricultor damasceno.
“El agrónomo damasceno” era el apodo de Abu Ahmed en su lugar de refugio . Fue el principal referente para los pobladores y agricultores que querían aprender sobre el cultivo de la Rosa de Damasco para la inversión y la producción, ya que es un cultivo abundante durante todo el año.
Zaid Abu Osama, un agricultor de cincuenta años de Killi, ha sustituido el cultivo de comino y semillas negras por el de la rosa de Damasco. Abu Osama alquiló veinte dunams de tierra en la zona por dos mil dólares anuales y los invirtió durante cuatro años consecutivos para cultivar la flor de Damasco.
El cultivo de la rosa de Damasco es menos dañino, menos costoso y más productivo. Cada año su producción aumenta debido a la estabilidad de las raíces de los rosales en el suelo y a su rápido crecimiento; además, son plantas sostenibles, a diferencia de los cultivos de temporada, explicó Abu Osama.
Muchos agricultores de la región, como Abu Osama, han descubierto que este cultivo les ayuda a evitar las pérdidas esperadas de otros cultivos debido a las condiciones climáticas adversas, como heladas, granizo o plagas.
El trabajo infantil de la cosecha de rosas
La familia de Abu Ahmed se encarga del proceso de recolección. Su hijo mayor, Ahmed (15 años), su hermano menor, Abdul Rahman (13), y su hermano Nour (11), recogen los pétalos de rosa y llenan las bolsas con habilidad y agilidad.
“Nuestras pequeñas manos se han acostumbrado a las espinas de las rosas y a su recolección; en los últimos seis años nos hemos vuelto expertos y podemos participar en la recolección en talleres de los campos vecinos”, dijo Abdul Rahman, el hijo menor de Abu Ahmed.
Muchos niños como Abdul Rahman y sus hermanos han abandonado la escuela para trabajar en la agricultura u otras actividades para mantener a sus familias, especialmente porque un gran número son huérfanos y carecen de sostén. La mayoría de ellos viven en campamentos.
Un informe publicado en febrero de 2023 por el Equipo de Coordinadores de Respuesta a Siria estimó que el número de niños trabajadores de entre 14 y 17 años superaba el 37% del total de niños en los campamentos de desplazados. Por lo tanto, el trabajo infantil en las regiones del norte de Siria es un fenómeno generalizado, ya que el deterioro de las condiciones de vida ha obligado a muchas familias a enviar a sus hijos al mercado laboral a temprana edad y en trabajos difíciles, incluyendo el trabajo en tierras agrícolas, la cosecha y el deshierbe.
Duro trabajo para las mujeres
La mayor parte de la recolección de rosas recae sobre las mujeres. Ellas trabajan en talleres, cada uno con aproximadamente 15 mujeres de diferentes edades, que también trabajan en la tierra, ya sea cosechando cultivos de temporada o desherbando.
Desde primera hora de la mañana, Mufida (30 años) y decenas de mujeres y niños se dispersaron entre las hileras de rosales, cada uno con una pequeña cesta para recoger flores. Las mujeres suelen usar ropa oscura para trabajar en el campo. Sin embargo, Mufida eligió un vestido colorido que refleja su alegría por la temporada.
“Nunca me siento tan feliz y llena de energía como cuando recojo la rosa de Damasco, y me gusta que eso se refleje en mi ropa”, dijo Mufida
La vida de Mufida en el campamento de Idlib
Mufida, madre de cuatro hijos, vive en un campamento improvisado al este de Sarmada, en el campo norte de Idlib, desde que fue desplazada de su aldea en Alepo hace siete años debido a los combates. Es el único sostén de sus hijos tras la muerte de su marido en un bombardeo del antiguo régimen.
Entre tanto, los niños corren por los campos, recogiendo rosas en sus pequeñas cestas, mientras los adultos comparten historias sobre la importancia de la rosa de Damasco y la preservación de este patrimonio cultural y natural.
Muchas mujeres en el norte de Siria trabajan en la agricultura en talleres especializados, supervisados por un “shawish”. Mufida y sus compañeras reciben 15 liras turcas (menos de medio dólar) por hora de trabajo, ya sea recogiendo rosas o desherbando. Su jornada laboral suele durar entre cinco y ocho horas.
Esos pocos centavos, como los describe Mufida, son “una pequeña estaca que sostiene una gran olla”. A pesar de los bajos salarios y la explotación laboral en la agricultura y la cosecha, trabajar es preferible al desempleo en el contexto del deterioro de las condiciones de vida y económicas de la región.
Finalmente, la Rosa de Damascena sigue siendo un símbolo que trasciende las épocas. En los primeros días de la revolución siria, fue un símbolo de paz, llevada por los manifestantes frente a las balas. Hoy, se ha convertido en un símbolo de resistencia en el campo. Los desafíos de su cultivo desde las duras condiciones de trabajo hasta las dificultades de fabricación y exportación son sorprendentemente similares a la actual lucha por la supervivencia del pueblo sirio. Así como la rosa damascena fue un símbolo de esperanza en las manifestaciones, hoy está presente en todos los ámbitos, dando testimonio de la capacidad humana para aferrarse a su identidad y herencia, a pesar de las dificultades.
Por Watfeh Salloum